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viernes, octubre 19, 2007

¿Y a dónde vamos?

Algunos pensamientos de nuestro hijo Marcel bastante relacionados con las experiencias de meditación Vipassana de los ultimos meses:

Confucio dijo que “el viaje de mil kilómetros comienza con el primer paso”, a lo que hoy me pregunto si en verdad el más largo de los viajes no comenzará y terminará sin dar siquiera un paso. Al manejar la carretera México-Toluca me burlo a mis adentros ante el límite de velocidad: 80km/h. El velocímetro de un coche promedio marca como velocidad máxima unos 180 km/h. ¿Es esto rápido o lento? Después pienso, si acaso no importa la velocidad a la que viajo, sino hacia donde me dirijo. Claro, me dirijo al supermercado, pero y mi vida; ¿hacia donde me desplazo en el plano interno de mi existencia? Después miro a mí alrededor. Es conocimiento general que un jet viaja a unos 800km/h, una nave espacial a 28,000, y así, mientras el ser humano conquista la velocidad y sueña con viajar algún día a la velocidad de la luz (tal vez más rápido), ¿acaso sabemos adonde vamos? Esta pregunta no es novedosa, Henry Miller se lo cuestionó hace casi medio siglo, y los maestros Zen, hace tal vez más de dos milenios. También se lo preguntaron todos los grandes profetas; pensamiento que la mayoría abandonaron durante el transcurso de su proselitismo, al darse cuenta que para la mayor parte de la gente la distancia tangible resulta más interesante que la profundidad psíquica. Tal vez el conocimiento del mundo externo es menos peligroso que el del mundo interno. La respuesta es incierta. Lo que puedo decir con certeza es que vivimos en una sociedad obsesionada por conocer el mundo exterior, micro y macro. El microscopio electrónico es capaz de enfocar un solo átomo y el telescopio Hubble divisa las galaxias más lejanas. Mientras tanto, la respuesta a las preguntas existenciales se encuentra más cerca y a mayor disponibilidad de la gente. No es cuestión de un mayor entendimiento del cerebro humano, ni de vislumbrar el secreto de las sinapsis del cerebro. No se requiere una gran inversión monetaria ni destreza para manejar herramienta compleja. La pregunta es más abierta y más cercana a casa.

Entro a cualquier librería, y en el gran anaquel de “autoayuda” encuentro cientos o miles de libros con títulos de recetas de cocina escritos por psicólogos, padres de familia, sectarios, y demás “conocedores de los secretos del alma”, que junto a sus nombres llevan implícitamente escrito el nombre de marcas populares de chocolate casero. Al hojearlos me doy cuenta que los títulos y los nombres no están tan lejos del contenido de los mismos. Un escritor se preocupa por encontrar productos lácteos extraviados, otra se pregunta si tal vez la respuesta al misterio de la existencia humana se encuentra en una dieta saludable, vegetariana y orgánica. Entonces me río otra vez pensando si acaso estos escritores, bajos en calorías, nos creen tan limitados como para comparar nuestras máximas aspiraciones con una rebanada de queso gruyère. Más allá de los constructos superficiales me pregunto: ¿La solución de la vida se encuentra a siete pasos (volviéndome yo en el camino una persona altamente efectiva)? Como lo dije antes, tal vez se encuentre aquí mismo. Aquí y ahora, ¿porque el allá y el antes, acaso existen más allá del aquí y del ahora? Entonces sigue la pregunta: ¿Cómo plantear hoy cuestionamientos serios de la existencia y contenido psíquico profundo del ser humano sin sonar a dulces empalagosos ni a advertencias dietéticas?

Como respuesta a mi pregunta original surgen más y más preguntas, y ninguna respuesta. ¿Mirando el mundo desde la orilla del abismo existencial, es más peligroso saltar hacia lo desconocido y correr el peligro de caer eternamente o de estamparse contra un subsuelo duro y real, o dar media vuelta y correr despavorido en la dirección contraria? En mi caso, creo que la única solución es saltar hacia adentro, desdoblarme y regresar cual espiral inquisitiva al origen desde el cual partí. Sólo entonces, propongo, podemos aspirar a saber más acerca de lo que queremos. Es fácil para muchos afirmar que deseamos lo que queremos, pero ¿sabemos si en realidad queremos lo que deseamos? Tal vez para algunos la incertidumbre confortable resulte más fácil de aceptar que una certeza a veces dura, que acompaña al conocimiento de lo deseado. Sin embargo, consumimos grandes cantidades de energía psíquica en ese constante engaño, en la mentira de vivir una vida aceptable en vez de vivir una vida deseada. Propongo la necesidad de un viaje hacia adentro para zarpar hacia afuera. Propongo que tal vez al saber ver lo que nos constituye, lo que nos impele, esa espiral bidimensional inquisitiva pase a un plano tridimensional, convirtiéndose en el resorte que nos impulse hacia una vida externa más grata, una mayor visión del camino, y de ese viaje, el cual ahora sí podemos comenzar con un primer paso, porque conocemos nuestro deseo. Entonces, como una caminata dominical y a la vez como una aventura, recogemos ancla, izamos velas y navegamos viento en popa más allá de lo que divisamos en nuestro horizonte.

Marcel Ventosa

1 comentario:

Pachande dijo...

Bravo Marcel!!!! Qué bueno que se animó! Pues si que es interesante ya que es algo bien difícil y complejo el saber adónde vamos. Creo que si todo el mundo fuera capaz de saber existirían menos problemas en este mundo, aunque....luego de saber adónde vamos habría que ver cómo llegamos y esa es otra historia así que los problemas continuarían de todas formas. Nada que siempre existirán problemas lo único que hay que saber es cómo buscarles una solución o no preocuparnos por ellos. Saludos afectuosos,
Alex